Los actos de Bondad - El sentido último de la Vida
La historia de la Curruca Capirotada
Antesdeayer, un pajarito estaba parado en la puerta de la eco-tienda. Paralizado en la acera, me chocó ver que no volara. Me acerqué a él y no se movía, pese a que estaba, aparentemente, bien. Supuse que tenía un ala rota o una pata. Imaginé el miedo que debía estar sintiendo al sentirme tan cerca. No sabía qué hacer con el pobre angelito regordete, así que llamé a Cristina Miranda, la encargada del centro de interpretación de la naturaleza, la Casa del Parque de Castronuño. Cristina me recomendó que le cogiera, le metiera en una caja de cartón con agujeros, y le pusiera un poco de pan con agua, pues ella imaginó que se habría dado un golpe y por eso no podía volar.
Me pidió que le enviara una foto. "Es una Curruca", me dijo, y se ve que está muy viva. Traté de coger a la Curruca y, al revolotear, se me escapó, porque para estas lides soy torpe. La Curruca se metió debajo del coche. Llamé a mi padre, por ver si la cogía. Cristina me había dicho que llamaría a alguien de Medio Ambiente, por ver si estaban por allí y se la podían llevar, y arreglarle el ala o la pata.
Mi padre llegó, cogió la Curruca y la metimos en una caja. Yo le puse agua y pan como me había dicho Cristina, y tapé la caja para que estuviera a oscuras, con el agua y el pan. La metí en un cuarto en silencio, y al rato Cristina me llamó para decirme que no había localizado a ningún guarda.
Me preguntaba qué iba a hacer con una Curruca herida. Me angustiaba pensar que el pobre pajarito estaba ahí solo, metido en la caja, y no dejaba de pensar el miedo que estaría sintiendo.
Llegó la noche y abrí un poco la caja. Se oyeron las patitas contra el cartón. Y recé un poco; unas palabras del árabe sagrado, y, frente a la imagen de Jesús de Nazaret, Le pedí que no la hiciera sentir tan sola. Yo recé y me dormí pensando que, si Cristina no podía recogerla, iría yo a Valladolid a llevar a la Curruca para que la curaran. Con la de cosas que tenía que hacer. Me daba igual. Era un ser vivo. Indefenso. Asustado.
A la mañana siguiente me desperté y me levanté con cuidado para no asustarla. Me iba a preparar para vestirme y llevármela a Valladolid. Pero, antes, abrí un poco la caja y la Curruca abrió el vuelo y se estrelló contra la ventana. No pude sentir más alegría al ver que se había curado con el reposo. Abrí rápidamente la puerta y la ventana, y ella salió disparada volando.
Fue uno de esos momentos en los que uno siente que la vida tiene sentido y que venimos a esta Tierra para hacer actos de Bondad.
Transcribo el mensaje de Cristina, en este acto tan pequeño y tan grande, que me llenó de emoción:
"María José, has ayudado a una pequeña Curruca. Sin tu acción no habría pasado de esta noche, pues seguro que habría sido depredada por algún gato o similar. Disfrútalo, no se trata de un Buitre, una Gineta o un gran mamífero, pero tu acción ha sido vital para un ser vivo precioso de nuestro entorno. Simplemente, una Curruca Capirotada... pero, si lo piensas, todos, en este mundo, no somos más que una Curruca Capirotada. Así canta tu ser vivo silvestre que ahora disfruta de los últimos higos maduros para afrontar la época invernal" (Cristina adjuntó un audio con el trino de las Currucas Capirotadas).
María José Celemín