Párrafos de la novela "El Dios de las Praderas Verdes" - La Mujer Salvaje
Párrafos relativos al arquetipo de la "Mujer Salvaje" y sus dominios en la Naturaleza
Después de haber publicado un post sobre el primer capítulo de "Mujeres que corren con lobos" de Clarissa Pinkola Estés, he querido hacer esta selección de párrafos de "El Dios de las Praderas Verdes", con elementos similares detrás de los que está este arquetipo de la "Mujer Salvaje"; la llamada de la Naturaleza; su inspiración y la relación con Ella como un Ser más, y el puente que establece con Otros Mundos que son invisibles a los ojos de muchos humanos, pero reales para aquellas mujeres que albergamos a la "Mujer Salvaje". "Salvaje" significa en la Naturaleza, y fuente de una Gran Integridad.
Todo esto es lo que nos ha sido negado.
"Yo me crié en el paraje que en Castronuño llaman “Las Alamedas”, cerca del recodo que el río dibuja cuando, acompañado de negrillos y chopos, camina por Castronuño hacia Toro.
Fui creciendo con los árboles frutales que mi padre plantó con nosotros cuando éramos niños. Mi corazón pertenece allí, mi cuerpo, cuando yo muera, querré que se funda con el suelo, donde cae la sombra de los cerezos, al lado del manantial.
Allí está toda mi poesía, mi pureza, mi inocencia...
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La vegetación, abundante y frondosa, todavía umbría, aún pertenecía a los sueños de las sombras. Y en aquella calma, casi nocturna, irrumpían los espantosos chillidos de las solitarias garzas imperiales.
Allí la arboleda se hace más espesa y variada. Como una selva. Un oasis en medio de un Desierto. Y el río, ancho y misterioso, se insinúa en las primeras curvas del descenso. Agazapado, se arrastra sigiloso. Es un sabio. Un dios evidente que puede pasar inadvertido a los ojos de los hombres. Una señal viva y clara para aquéllos que persiguen sus sueños y buscan su destino. Para los que saben leer en su grandeza humilde los secretos de la vida.
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...En la superficie del agua y sobre el carrizo verde se formaba una canícula: un calor ondulante que parecía la visión de un oasis en un desierto. Una alucinación. Una especie de aire que bailaba ardiendo. Y también sobre los maizales y los girasoles de la carretera de San Román, después de cruzar el puente. Un prodigio de la Naturaleza. Una mística aureola.
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"Deslizándose por aquella canícula; sobre los maizales y el carrizo. Allí estaba Dios. El Dios que amanecía con ella. Y El que le hablaba a través de su padre: de la Naturaleza; de los árboles frutales; de la poda; de la recolección y el riego. De los valores. De la Honradez. De la Humildad. De la Bondad…. Era el Dios que vagaba discreto, como un rumor escondido. Oculto, pero real, serpenteando al compás de aquella bruma. Con un disfraz de media noche. Encarnando el propio río. Era el Dios de los Primeros Tiempos. De Los Primeros Amaneceres. De los Sueños Posibles y de las Utopías Realizables. El Dios del Amor. El de la Humanidad. El de lo Verdaderamente Humano. El de la Sensibilidad y la Ternura. El Dios de la Compasión. De los Afectos. De la Comprensión y de la Empatía. El Dios de la Ilusión. El de la Fuerza y el Coraje. El Dios de la Valentía. El Dios de la Espesura y de la Hermosura. El Dios de los Corazones. El de la Infancia…"
María José Celemín