23-F en "El Dios de las Praderas Verdes"
Un Tricornio y un bigote en Nueva York
23-F en "El Dios de las Praderas Verdes"
Ayer, viendo en la televisión pública, un programa especial dedicado al golpe de Estado del 23-F de 1.981, uno de los tertulianos se refirió a la ya clásica figura de Tejero con el tricornio.
Y, de repente, desperté y me llegó a la mente el párrafo del Capítulo Cuarto "El Rancho - cambio de paradigmas" de la Tercera Parte, "Nueva York, en casa" de "El Dios de las Praderas Verdes" en el que Victoria, la protagonista del relato y un alter ego mío, empieza a trabajar, como bartender, en un restaurante mejicano del Upper West Side de Manhattan, y se da cuenta de lo que va a hacer y de lo que puede suponer.
El párrafo reza así:
"Iba a tocar con sus manitas aquellas cosas que , supuestamente, estaban reservadas a otra clase de chicas. Estaba a punto de convertirse en una mujer de mala vida. "Eh tú, puta!". En una prostituta. En la trastienda de su inconsciente había un Hombre con un Tricornio que apuntaba a sus sesos con una pistola. A un milímetro. Con sus dientes de sierra; su bigote de lobo; su mirada inyectada; su barriga caída y la polla fofa, metida en unos bombachos con botos negros. Y estaba dispuesto a acabar con los rojos, los ecologistas, los homosexuales, los intelectuales y las putas. Ella era su blanco perfecto".
En Estados Unidos, en Nueva York, en las ciudades de la costa, el hijo o la hija de un multimillonario puede trabajar perfectamente como bartender para costearse sus estudios. Socialmente, el trabajo de bartender está muy bien valorado y se les da tips en reconocimiento al servicio que están prestando. Los bartenders, en Nueva York, ganan mucho dinero. No sólo se les retribuye con propinas, sino, además, con una buena sonrisa y un trato considerado.
Y aquí reside una de las claves de la prosperidad de unos países y otros, puesto que, en Nueva York, la gente se esfuerza por dar lo mejor de sí y ofrecer el mejor servicio. Piensan, en primer lugar, en hacer bien su trabajo, y después, cobrar el dinero... porque saben que lo van a cobrar.
En España, las cosas cambian, puesto que, si un profesional o alguien que esté contratado, se esfuerza en hacer bien su trabajo, lo más probable es que abusen de él o de ella, es decir, su empleador le pague menos o su cliente se aproveche de otros pequeños servicios gratis, en vez de hacer lo contrario, es decir, de reconocerlo y remunerarlo.
A España le persiguen sus genes de un pasado de picaresca española, de un pasado de epopeyas y aristócratas, de señoritos y criados de los que se puede abusar.
En fin, no tenía planificado hacer esta reflexión, pero los medios de comunicación han hecho hincapié en aquel golpe de Estado fallido del 23-F y han traído a la superfificie este párrafo de "El Dios de las Praderas Verdes".
Y ese párrafo es uno de esos significativos, puesto que, a medida que iba escribiendo el libro, iba desvelando el porqué de muchos comportamientos en España que no me hacían, como a tanta gente, sentir, en mi propio país, en casa y
sí en Nueva York.
UN SUEÑO de BAKLAVAS en NUEVA YORK
Me voy ahora a elaborar bollitos de dátiles bio con un toque afrancesado de mantequilla y baklava orgánico de cacahuete, ese baklava que ví en un sueño, un año después de volver de Nueva York.
Un sueño en el que iba caminando con mi amiga Magdalena por la First Avenue y en el que entrábamos en una tiendecita turca y nos comíamos un baklava libanés.
El baklava que nos comíamos era de pistachos. Ahora yo hago esos baklavas, que no son de pistachos, pero sí de cacahuetes, en una tiendecita, Al-Kauthar, parecida a la del sueño.
Al-Kauthar, en Castronuño (Valladolid), España, no en Nueva York, pero sí en una especie de "Little Manhattan", mi pequeño Nueva York en España.
Me voy a trabajar con las manos, quince años después de haber empezado a escribir "El Dios de las Praderas Verdes", me voy a hacerlo en mi pequeño obrador, sí, quince años después, tras haber descubierto que soy una mujer con espíritu femenino independiente, fuera del control del patriarcado, una pequeña encarnación de la diosa Artemisa, la diosa de la caza y de la luna, de esas mujeres que defendemos a otros más vulnerables, protegemos a otras niñas y niños, y cuidamos del planeta.
María José Celemín