Nueva York, en casa
Rondaba el año 2003. Había llegado a Valladolid para pasar las Navidades con mis padres. Traía en el cuerpo el subidón de Manhattan. "Olía a vida que se vive y se deja vivir". Es una de las frases de uno de los capítulos de "El Dios de las Praderas Verdes" que, años más tarde y ya, en Castronuño (Valladolid), escribiría.
Aquellas Navidades, vez de volver a Nueva York, decidí quedarme. Y... pasaba del todo a la nada.
En Valladolid no había nada que hacer, a diferencia de Manhattan, donde no tenía horas suficientes.
En Nueva York me levantaba a las cinco y ya estaba preparando las clases de español de mis alumnos, que, por una cuestión del destino, eran celebridades. Desde el Upper East Side, cruzaba el Central Park pasando por el mosaico de Imagine para llegar a su casa. Luego me iba a clase en Lee Strasberg, en Union Square, y, después, volvía, como la hormiga atómica, para ganar más dinero como coat check en un restaurante de la First Avenue.
"Usted, María, es de esas personas que vive la vida intensamente", me dijo una vez el dueño del hotel Lexington. "Maria, Wyatt y yo estamos tan felices con usted. Wyatt está más relajado", me dijo Deirdre con un paquetito rosa de bombones Fauchon en la mano. "Es usted tan afectuosa". "You are so funny and crazy". Era una popular girl. Y lo mejor de todo era que mi vida tenía sentido. Parte del dinero que ganaba lo podía dar a todas aquellas mujeres que habían llegado cruzando la frontera con el peligro de los coyotes. Entrar en una iglesia del Nueva York bullicioso a las siete de la mañana y compartir banco con un homeless era lo mejor que me podía pasar.
En Estados Unidos todos los sueños se pueden soñar y hacer realidad, todos los pensamientos son posibles y todas las perspectivas se pueden analizar. Allí hay una alegría por vivir y un impulso vital, esos mismos que en España están mal vistos y por los que te hacen bullying.
Llegar a Valladolid, a España, fue como caerme desde el piso veinte. Suponía entrar en el territorio peninsular, donde la energía está estancada y la economía es rígida, con pocas actividades para hacer, pocas posibilidades de ganar dinero, muchos prejuicios para emprender, y una mentalidad funcionarial que avergüenza mancharse las manos con un trabajo manual. No hay alegría de vivir, ni de emprender, ni de imaginar las infinitas posibilidades de las que se teje la existencia... pero sí una cultura castrante que ahoga a quien quiere abordar la obra de su propia vida.
Llegaba a la Edad Media, a la época de los caciques y me enfrentaba, de nuevo, al Valladolid y a la España que me había rechazado por los mismos motivos que Nueva York me había acogido con entusiasmo. Con el tiempo descubrí la historia de Nevenka Fernández y el libro de Juan José Millás: "Hay algo que no es como me dicen: el caso de Nevenka Fernández contra la realidad". Leer el libro supuso la primera prueba a la que me podía agarrar para demostrar que el problema no era yo, el problema era el denominador común español.
La Democracia no se dice en lo intelectual. La Democracia se experimenta y se mastica. Y los presupuestos fundacionales de la Democracia estadounidense son aquéllos que se fraguaron en las carreras del Este al Oeste, donde había un consenso común, un horizonte colectivo de ilusión que todos compartían, y un profundo deseo de prosperidad como nación.
La envidia no es el denominador común en Nueva York como lo es en España y allí puede decir y hacer todo. Todo es posible. Everything is possible. And... Go for it!.
Si eres curioso y tienes una mente abierta, si tienes impulso y energía, si eres creativo y apasionado, si eres sensible, analítico y altamente perceptible, si estás lleno de vitalidad, si eres una mujer con un espíritu femenino independiente, si tienes una experiencia subjetiva, si tu naturaleza responde a lo sagrado femenino, si la sangre te corre a cien por las venas, si te comes el mundo, si eres íntegro y justo... en España, sino corres peligro, al menos, no tienes cabida, porque no hay sitio para ti.
De ser una popular girl en Nueva York he pasado a ser "la loca de Castronuño", y esto según algunas de las adolescentes de Castronuño (con lo que el retraso de España no es del pasado, parece tener visos de perpetuarse). Otras se han mofado de la investigación que hice sobre Teresa de Ávila y Afrodita. Uno de los poderes públicos vino a intimidarme a mi casa, por lo visto, enviado por otro poder público, con la intención de llevarme a juicio. Como no habían podido derribarme difamándome con el descalificativo de "sensible" y de "loca", entonces, lo intentaron dejándome una marca penal. No se han salido con la suya. No lo han conseguido.
España no es una Democracia porque los presupuestos fundacionales de España no son democráticos. El marco mental colectivo español no es democrático. Cualquiera puede venir a atropellarte y traspasar la línea roja de privacidad personal con cualquier comentario vejatorio y desagradable. Los poderes públicos siguen haciendo las mismas maniobras que aprendieron de los caciques de la Restauración. La sociedad sigue los viejos patrones de acoso y derribo a una mujer potente. Y los poderes públicos siguen con las mismas operaciones mafiosas para deshacerse del que es diferente, quiere prosperar y los demás le hacen la vida imposible, porque los poderes públicos entienden que tienen que "garantizar la paz social", tal y como se hacía en el s.XIX. Sigue funcionando la depredación silenciosa.
España no prospera y está despoblada porque sus
presupuestos fundacionales están basados en el exterminio, en la persecución, y en la cacería de quien tiene un impulso vital y una alegría por vivir.
Es la Democracia de Margarita Robles y de Felipe González, la Democracia de González Laya y de los dirigentes del Partido Socilaista que han enviado un escrito para que Pablo Iglesias cierre la boca. Es su Democracia, de la que el resto estamos excluidos, amordazados y paralizados.
Lleva razón Pablo Iglesias, y es que la mejor prueba de que no hay Democracia es que no se puede decir algo que a ellos no les guste.
Cuánto echo de menos aquella sensación de formar parte de una gran nación como me sentí en Nueva York, como escribí en la Tercera Parte de "El Dios de las Praderas Verdes",
"Nueva York, en casa".
"El Dios de las Praderas Verdes" está censurada por los medios de comunicación oficiales y ninguneada por parte de la sociedad, pero, hoy día, es el mejor momento para leerla, y encontrar en su Tercera Parte, "Nueva York, en casa", un horizonte de esperanza.
María José Celemín