¿Cuál es el origen de la corrupción?
Asistimos cada día, a través de los telediarios, a los innumerables casos de corrupción de no pocos políticos. Casos de financiación ilegal de partidos y empresarios deshonestos que donan dinero a cambio de adjudicaciones públicas, constituyen, por desgracia, un entramado inmoral.
Salen perdiendo los más vulnerables, los inocentes... porque quien alcanza y ejerce el poder es quien tiene un pensamiento y un modo de proceder basado en la estrategia, la manipulación, el disimulo, la maniobra, la diplomacia, la traición... y, vivir de este modo, supone vivir desconectados de los sentimientos y, en particular, de las emociones relativas a la bondad del corazón humano.
Sí, el verdadero origen de la corrupción, lo que causa la misma, son las enfermedades del espíritu.
Origen histórico: la época de los grandes caciques, siglo XIX
Pero, en este artículo, quiero hacer referencia al momento histórico en el que empezó a cuajar este modo de proceder, en particular en Castilla y León, y, por ende, en España.
Y lo sitúo en el siglo XIX, (aunque esto no es un dogma, es sólo mi conclusión), el período restaurador del siglo XIX, con la subida al poder de los caciques tras la Desamortización de Mendizábal.
Fue algo que descubrí en mi camino de búsqueda a la verdad, a mi verdad, a lo que no me habían contado, y que, en parte, descubrí tras leer y analizar la tesis doctoral dirigida por el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, Pedro Carasa Soto, "Élites castellanas de la Restauración - las grandes sagas familiares de Valladolid".
Una tesis doctoral que me sirvió para entender de dónde venían estos comportamientos, que explican, en parte, la actual Castilla y León.
Sí, fueron aquellos caciques de la Restauración, del siglo XIX, que, tras la Desamortización de Mendizábal, constituyeron una incipiente burguesía y se hicieron con los medios de producción y con el poder público.
Aquellos caciques se creyeron los más capacitados para gestionar los asuntos públicos y entendieron la cosa pública y la relación administración-administrado como una responsabilidad exclusiva y asistencial de quien detenta el poder, y, además, continuaron con la cultura de súbdito.
Fueron los intermediarios entre el parlamento y el pueblo, y compraron los votos, a través de favores administrativos, para el partido al que pertenecían.
Aunque el Estado Liberal se fue implantando a lo largo del siglo XIX, sin embargo, en España, la sociedad sólo sabía comportarse según las tradicionales actitudes de sumisión, y, aunque, en el marco legal se había establecido una igualdad teórica, las concepciones mentales del Antiguo Régimen pervivieron y facilitaron el sometimiento a las autoridades que se consideraban naturales dentro de la comunidad.
La presencia de aquellos caciques frenó la existencia de una cultura política verdaderamente participativa, y estos "nuevos señores" buscaron la docilidad de los comportamientos sociales.
Para conformar aquella conciencia colectiva, intervino la Iglesia Católica introduciendo una dimensión jerárquica del Universo, y santificando la obediencia y la resignación.
Aquellas élites introdujeron un patriotismo exacerbado y acrítico, que presentaba cualquier protesta contra el poder establecido como una traición a la patria.
Concibieron la nación como una gran familia, y la monarquía y el catolicismo como los elementos clave de la esencia nacional española.
Vincularon la tradición católica con los momentos de mayor esplendor de la patria dentro de una doctrina que cristalizó como el "nacional-catolicismo".
Confieso que, descubrir esta tesis doctoral y leer, en ella, toda esta información me dio luz. Aparecieron piezas del puzzle que trataba de construir.
Seguimos viviendo en una especie de secuestro emocional y mental, que no permite introducir una realidad más dinámica, diversa, alegre, colorida, desenfadada, divertida, proactiva, abundante, próspera, integradora, respetuosa, inspiradora, mágica... y esto hace que mucha gente opte por irse a otros países, para vivir la vida con todos los matices que la misma tiene.
Otra gente, simplemente, desaparece... devorados silenciosamente.
Por este motivo, y en este artículo, quiero reclamar y defender esta novela, "El Dios de las Praderas Verdes", que escribí, como he dicho, para buscar mi verdad, y, por ello, recomiendo su lectura.