..."Porque si, algún día el Dios al que ella había rezado desde niña, llegara, lo haría en silencio y al alba, a contraluz y... se sentaría a su lado como un hombre sabio de la selva y ella no se enteraría. Llegaría discreto. Como el río. Y caudaloso. También. Y pondrían la mirada en los carrizos mágicos. En la superficie centelleante del río cuando el sol le sonríe. En la canícula de sus generosas aguas. Y, frente a Él rezaría y le pediría en los momentos difíciles y le daría gracias en los fáciles. Porque aquel era su templo. Su santuario. Donde las ranas croan en verano al final de la noche y las aves desgarran sus quejidos rasgando la oscuridad naciente. Porque allí estaba Dios. Su Dios. En la canícula del río. En su piel. Corría por sus venas como el agua chocolate y se mecía entre las copas pobladas de los árboles. Allí estaba Él. Dios. En su alma. En su propio espíritu. Dios estaba en los corazones de los hombres.
El Dios del Amor.
El de la Humanidad y la Compasión.
El de la Comprensión.
El Dios de los Primeros Amaneceres.
El Dios de la Espesura y de la Hermosura.
El Dios de la Infancia.
El de los Primeros Años.
El Dios de las Praderas Verdes".
Párrafo extraído del Capítulo 15 "El Regreso de la Tomboy - El Dios de las Praderas Verdes" de la Quinta Parte "El Regreso de la Tomboy".
Añadir nuevo comentario