Uno de los temas que aborda la novela es el acoso que las mujeres atractivas y bellas sufren en las consultas de los psicólogos y los psiquiatras.
Hay muchas mujeres que llegan a una consulta pidiendo ayuda; llegan con problemas de ansiedad, pánico porque han sido brutalmente rechazadas por otras mujeres o acosadas por los hombres.
La cultura y la sociedad castellana, en este sentido, es aún brutal, prácticamente salvaje. Por supuesto, no existe ni Democracia ni Estado de Derecho que pueda proteger la integridad moral de las mujeres, ni menos que desarrollen su potencial y talentos tal y como lo entienden las cartas magnas de derechos humanos y la propia Constitución española.
Con los problemas sociales que Castilla y León tiene y, por tanto, económicos, las mujeres tienen poco margen de maniobra para emprender económicamente.
Si son mujeres superdotadas, Castilla y León no ofrece ninguna infraestructura en que puedan ejercer sus talentos.
Si son mujeres, además, bellas, lo mejor que las va a pasar es caer en manos de depredadores.
Pero el intento de asesinato (y no hablo de los asesinatos que salen en la tele) sino los perpetrados en la vida normal y diaria por personas "normales" que ocupan puestos "normales" de médicos, abogados, jueces, fiscales, policías (gente "respetable socialmente" desde los parámetros arcaicos y medievales del imaginario castellano) llevado a cabo por los actores sociales no les es suficiente a los psicólogos y psiquiatras depredadores y misóginos castellanos.
Psiquiatras y psicólogos encuentran un disfrute en tener en el anonimato de sus consultas a una mujer que llega indefensa y vulnerable.
Le harán creer por encima de cualquier cosa y a golpe de psico-fármaco que es ella la responsable de haber sido agredida; muy sutilmente y con una estrategia depredarora, paulatina y destructora le harán creer que es ella quien "se siente perjudicada"
Las posibilidades de sobrevivir en estas condiciones de terrorismo para una mujer son prácticamente nulas. La única forma de "estar muertas en vida" es a través de los psico-fármacos que los psiquiatras-depredadores les dan.
En el subconsciente de jueces, fiscales y psiquiatras hay una idea sádica y enfermiza de "¿por qué no ha de pagar una mujer más inteligente y más bella que nosotros (que, además, nos rechaza porque no la podemos satisfacer desde ningún punto de vista) ya que intrínsecamente es injusto que sea superior a nosotros?".
Estos cerebros diminutos de jueces, fiscales y psiquiatras piensan que las mujeres más bellas tienen la obligación de sufrir el sadismo de la tortura social porque piensan que "merecen ese castigo para depurar el hecho de ser más dotadas y tener más talentos". En fin.
Por desgracia, España sigue siendo un país muy atrasado. Esto no es Finlandia, Alemania, los paises nórdicos o los Estados Unidos. Los españoles tienen poco gusto por la lectura y mucho por los programas de la prensa rosa y el corazón.
Una reflexión un poco más profunda vendría bien que saliera de estos cerebros diminutos y enfermos, pero me extraña, porque cuando se exprime una naranja sale zumo de naranja, cuando se exprime un limón sale zumo de limón y cuando se exprime el cerebro de un fiscal, un poli salvaje o un psiquiatra depravado castellano, ¿qué se puede esperar que vaya a salir del mismo?
La respuesta la tiene el lector.
Es en un entorno sin estímulos y empobrecido donde un superdotado puede verse aislado. "El Dios de las Praderas Verdes" cuenta, por primera vez y como no se había hecho nunca, la violencia que los individuos más dotados sufren por parte del resto en Castilla y León, y la envidia mortal que las chicas adolescentes sienten hacia la belleza física y espiritual de otras más dotadas, y cómo los psiquiatras tratan este problema grave abordándolo desde sus perspectivas patriarcales tratando a las mujeres como si fueran idiotas, inferiores y desequilibradas. Esta grave situación lleva a las mujeres más dotadas en Castilla y León a hacerlas creer que son unas enfermas en vez de que la sociedad tuviera la capacidad de absorver sus talentos y habilidades.
"El Dios de las Praderas Verdes" se ha escrito en un momento muy concreto por el que la humanidad está atravesando. Estamos entrando en una nueva era y parece ser que hay señales que lo indican, tales como que los padres serían esclavos de los hijos o el aumento desproporcionado del número de enfermedades mentales.
Pero no es correcto el apelativo de "enfermedades mentales" sino el resultado de una presión brutal del sistema sobre los individuos. El hombre moderno tiene que soportar la esclavitud de trabajar en la banca o en una gran multinacional desposeyéndose por completo de su naturaleza original y desconectándose de su primigenio contacto en la naturaleza.
Psiquiatras y psicólogos en la actualidad se sustraen por completo al dolor de sus pacientes; les silencian las emociones; les niegan el derecho a entender la realidad como un todo y a curar las heridas que este brutal sistema va dejando y les suministran psicofármacos sin más.
El suministro de psicofármacos es gravísimo por varias razones, pero dos son esenciales:
- Porque el individuo no puede seguir escuchando las señales que el cuerpo le está enviando. Tiene que saber por qué no puede dormir o cuál es el motivo de sus ataques de pánico o crisis de ansiedad y el médico, el cura, el curandero debe proporcionarle alivio, consuelo, refugio... pero los médicos no están aptos para hacer frente a la presión del sistema bien porque no han cuestionado lo que han estudiado de forma mecánica, bien por miedo, o bien porque ellos mismos son agresores.
- La segunda razón es que los individuos deben hacer frente al dolor. Las sociedades occidentales están huyendo del dolor, de la vulnerabilidad, de la posibilidad de ser vulnerables. Vivimos en un mundo de vulnerabilidad y nos comportamos como si fuéramos dioses desaprovechando las ventajas de ser vulnerables. Atravesar el dolor forma parte de la naturaleza humana desde tiempos inmemoriales y es imprescindible para el crecimiento y la vida. Enfrentarse al dolor es fundamental.
La actual psiquiatría está basada en los viejos parámetros medievales por los que se llevaba a los manicomios a los más vulnerables de la sociedad.
Fue cuando la industria farmacéutica vio la oportunidad de empezar a suministrar fármacos.
En los manicomios se torturaba a los supuestos locos y luego se les suministraba fármacos que pagaban sus familiares.
El suministro de los fármacos no era sino para alargar la vida de los internos y recibir de sus familiares el pago de la estancia.
Éste sigue siendo el sistema de la actual psiquiatría. Los psiquiatras en las universidades estudian las antiguas enfermedades mentales para las que aplican el fármaco correspondiente.
Pero el hecho de estudiar una carrera no conlleva la capacidad de cuestionar lo que ya no sirve, ya que ésta es la inteligencia de cada individuo de saber abrir nuevos caminos y aportar soluciones para cada persona; soluciones que llegan de la observación y el análisis.
Victoria llega al psiquiatra con ataques de pánico producto de una situación real de acoso y hostigamiento.
La solución habría sido tan fácil como haber hablado con ella; haberla escuchado, comprendido y haberla sacado del error de que era culpable por haber sido acosada ya que el motivo del acoso grupal y el de Regina, en particular, no era más que la terrible y honda envidia que sentían hacia lo que Victoria representaba para ellos y para Regina; la ausencia de creatividad, de ilusión, de fuerza, de ímpetu, de alegría, de perspicacia y de todas aquellos atributos que engalanan a un superdotado y una persona altamente sensible. Para Victoria, el hecho de ser, además, bella físicamente fue el factor desencadenante de una envidia descontrolada y mortal.
La obligación de los psiquiatras habría sido la de haber informado a Victoria de su diferencia y haber dado parte a las autoridades de una situación de violencia.
Jacquelyn Strickland, desde los Estados Unidos, aparece en la novela como quien, por fin, pone nombre a lo que ha sucedido, pone nombre a los atributos de Victoria y se los hace ver.
De nuevo, fue necesario que alguien ajeno a Castilla y León y su problema con los diferentes pudiera sacar de una muerte casi segura a Victoria.
La novela cuenta en la última parte el suministro indiscriminado de fármacos sin escucha previa al paciente y en virtud de lo que ellos imaginan resultado de una suposición estandarizada de todos los seres humanos.
De nuevo, el problema grave y serio que tiene Castilla y León con los prejuicios sociales, los comportamientos sociales de sumisión hacia las clases dominantes como en otras épocas los vasallos hacia la aristocracia, los señores feudales y el clero, y la parálisis social y económica se materializa en el trato brutal y violento hacia quien es diferente y más creativo.
Y de esta esclerosis social forman parte psiquiatras, psicólogos e instituciones.
La salud de Victoria se agrava de nuevo cuando el psicólogo se resiste a desmontar sus propias estructuras mentales y a aceptar que el acoso, además, tiene un fuerte componente misógino, y a desdeñar el sufrimiento de una mujer agredida.
Y, finalmente, la vida de Victoria corre peligro cuando el psiquiatra le suministra fármacos para bipolares ya que se resiste a aceptar que los ataques de pánico de Victoria son el resultado de una agresión del entorno.
El psiquiatra considera que es Victoria "quien se siente perjudicada por una agresión que ella ha imaginado". Pero esta aberración se desenmascara cuando la novela cuenta cómo él mismo pretende aumentarle la dosis al ver frustradas sus tentativas de involucrarse sexualmente con ella.
Esta narración deja al descubierto las aberraciones que suceden en el anonimato de las consultas de los psiquiatras.
La historia de Victoria es, esencialmente, la historia de una superviviente.
A partir del momento en que alguien comienza a ingerir psicofármacos y ansiolíticos:
- Pone su voluntad en manos de quien se los suministra.
- Deja de tener el control sobre sus actos, decisiones y su propia vida.
- Se rinde y no observa qué es lo que le está pasando y porqué.
- No se enfrenta al dolor para combatirlo.
- Como ser humano, empieza a desaparecer.
El hombre actual, el de la moderna sociedad técnico-científica, está tanto o más asustado ante la enfermedad que el hombre de otros tiempos.
Un médico debería compartir con su paciente su sistema de valores, un cierto sentido de la vida, y el paciente podría tener la libertad de expresar su malestar íntimo para que él mismo fuera parte activa de su curación. La psiquiatría actual debería ser un "arte de curar", pero no basta con conocer la técnica ya que un verdadero sistema terapeútico integra materia y espíritu.
Para el hombre tradicional, para el indígena, para el hombre actual que no ha perdido el sentido de lo sagrado existe la conciencia de un hilo invisible que une las diversas formas de vida, una clara percepción de que forma parte de un "Todo".
Las teorías mecanicistas que conformaron el saber científico de Europa del siglo XVII irrumpieron en la intuición fundamental de la relación necesaria entre el mundo espiritual y el material. La visión cartesiana mecanicista concibe los organismos vivientes únicamente como la suma de sus partes. La visión holística contempla la realidad como un todo en el que las partes están relacionadas entre sí en niveles crecientes de complejidad y cooperación.
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