..."Fue un panzudo y pequeño ruiseñor marrón de ojos negros el que distrajo su atención. Se posó en el suelo y, en círculos, daba pasitos con las patitas delgadas y cortas y una pomposa cola. No se había enterado de que un duende estaba a un metro. Junto al tronco, parecía un liliputiense en la falda de una gran montaña. El duende se quedó quieto. Le siguió con la vista. El liliputiense movía la cabeza y las algodonadas plumas. A un lado. A otro. Lo hacía como un mimo que cambiara de repente de postura para asombrar a su público.
Era la mejor compañía que podía tener para hacer la oración. Junto a aquel pequeño, se sentía a salvo.
Trató de encontrar algo que le ayudase a hacer frente a los humanos. Cuando su pequeño ruiseñor ya no estuviera con ella.
Cerró los ojos".
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"El sol seguía brillando. Cerca del río, desde las tierras de regadío de Malpica, el aire quieto traía los ladridos lejanos de un perro pastor. Sobre la superficie del manantial, en la que se había formado una canícula, los pájaros, llevando y trayendo chismes de acá para allá, revoloteaban y piaban como locos. Los árboles; impávidos, majestuosos… en aquella pose de magnificencia... Árboles con ojos. Que miraban de reojo.
Y todo lo demás.
El Paraíso continuaba allí".
Párrafo extraído del Capítulo 17 "Oración Matinal" de la Primera Parte "El Dios de las Praderas Verdes".
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