CARTA DEL 26 DE MAYO
Querida abuela: 26 de mayo del 2000
"Esta mañana, como hechizada por aquel lugar, volví a dejarme conducir hasta los jardines de La Granja. Como si aquélla fuera la cita más importante del día. A las ocho, el sol iluminaba el cielo azul claro haciendo una de esas mañanas en las que todo parece renacer: los ruiseñores cantaban alegres y hacían piruetas en el aire como si dibujaran guirnaldas de una gran tarta nupcial. A ambos lados de la carretera los prados se remansan y hay vacas pastando. Las piedras de la sierra asoman a la superficie de la tierra recordando que el páramo ha quedado atrás. Cuando llegué al Palacio encontré otra vez la puerta abierta. Atravesé el jardín geométrico y la Fuente de la Fama y fui directa a la calle Valsaín. Los ruiseñores llenaban la mañana fresca de melodía, y me quedé. Cerré los ojos. Di gracias al Señor por estar allí de nuevo y subí otra vez las glorietas. Crucé la calle Valsaín y llegué hasta un arroyuelo de agua cristalina que mana corriente abajo. Alrededor, todo el suelo está cubierto de hojas y unas flores de un color lila intenso asoman sus pétalos. Son tan luminosos que parecen emitir luz propia. Troncos gigantes se apostan a lo largo del arroyo y sumergen sus raíces en la tierra como las garras de rapaces. Y, como el musgo trepa hasta sus tobillos, da la sensación de que llevan calcetines verdes. Es tal la frondosidad del lugar que, cuando el sol sale y se cuela entre las miles de ramas, dibuja sobre la arena un laberinto de sombras. Pinos colosales, coquetos y orgullosos, extienden sus exuberantes ramas, como si fueran las plumas de un pavo real. Y otros más pequeños se diseminan entre la poca superficie que queda libre. Y, como ayer, algunas nubes grises coronaron el palacio. Crucé otra vez la calle Valsaín y bajé de nuevo por las glorietas de setos y allí, en silencio y acompañada de los trinos de los miles de ruiseñores y golondrinas, di gracias otra vez al Señor por todas las bondades que Él nos envía. Le di gracias por tener a papá, a mamá y a Cosa Bonita. Y, de nuevo, sentí el privilegio de haber sido tocada por Él. Gracias a tu intermediación. Le pedí que no me abandonara nunca y que, en todo momento me guiara. Que me diera las luces para mantenerme serena de camino hacia mi meta. Disfrutando, también, de las flores que durante el trayecto vaya encontrando. Le pedí que me ayudara a resolver con sabiduría las vicisitudes y los contratiempos que surjan en este trabajo. Y, cuando estoy con el Señor a solas, siento que nada puede pasarme. Porque Él está conmigo. En el Espíritu y en el Cuerpo. Le pido que, si la desesperación me pudiera tentar en algún momento, Él me insufle todo su poder y su aliento, y me coja con sus brazos amorosos; me abrace y me proteja. Se lo pedí con una Fe Grande para que mis súplicas, aquí abajo, llegaran a sus oídos, Allá Arriba. Cuando terminé aquel rato de oración, caminé en dirección al palacio. Las nubes seguían coronándolo. Y, cuando el sol salió, los colores verdes del follaje cobraron una intensidad inusitada y se deshicieron en multitud de tonalidades y gamas. Pensé que ningún habitante de aquel lugar mágico podía perderse semejante espectáculo. Al fondo, los pinos colosales seguían manteniendo en equilibrio sus ramas horizontales exhibiéndolas como las reinas de un carnaval. Y sus ramajes, de un verde más oscuro, contrastaban con los otros, cuyas hojas, atravesadas por los rayos del sol, se tornaban a un verde más claro y más intenso y encendido. Los troncos, marrón oscuro, se alzan en vertical para sostener toda aquella opulencia. Al caminar hacia el palacio y, entre la espesura, emergió como un ser vivo una Venus de mármol. Llegué hasta la Fuente de la Fama. Subí por las escaleras que dan a la calle de Valsaín. El sol bosquejaba en el suelo las sombras del ramaje. Dejé a mi izquierda la Fuente de los Dragones Altos pasando por la calle Centella. Y así, como una centella, dejé el lugar, pues ya se me venía la hora encima en la que debía hacer la presentación.
Sé que el Señor nunca abandona. Y así ha sucedido. Al llegar a la oficina, Mauro había preparado a los gestores y al resto de la oficina para que les hablara de la banca electrónica. Mauro ha sido servicial, amable, atento. No parece pertenecer a este banco. Sus formas son refinadas y su trato ameno y, en todo momento, ha tratado de hacerme sentir acogida. Más que una presentación de empresa parecía el recibimiento hospitalario de un hogar cálido. Decididamente, esta oficina es como un islote en un mar de tiburones. He experimentado una extraña sensación de estar a salvo. Como si el mundo de Valladolid y el de éste fuesen diferentes y casi opuestos. Este lugar, desde mi llegada, está bendecido de una forma singular. Los gestores se han quedado satisfechos con la explicación que les he dado. La elaboración de la presentación me llevó ayer hasta la una de la madrugada. Y, ahora, mientras te escribo estas letras me derrito en bostezos. A cambio, a este cansancio se une un regocijo interior y un gran alivio. Y esta alegría rebosa tanto mi ánimo que, aunque alcanzada por el sueño, aquí vengo para darte las gracias y decirte que el Señor ha escuchado mi plegaria. No hay nada que a Él se le resista. No encontré respuesta adecuada para algunas de las preguntas de los gestores. Sin embargo, Mauro, hábilmente, las ha disculpado, desviando su resolución a otra reunión que hemos fijado para dentro de quince días. A decir verdad, estoy deseando de que ese momento llegue y de evitar la oficina de Valladolid. El conocimiento de Mauro abre, irremediablemente, una etapa nueva. Y me da esperanza para continuar en este banco y no perder mi puesto. Cuando acabé la presentación, él me dio las gracias en nombre de todos. Yo estaba tan emocionada que no sabía cómo agradecerle la posibilidad que me había brindado de entrar en contacto con la oficina. Este hombre, elegante y discreto, parece distanciarse en mucho del resto de las oficinas. Y no acierto a definir si esta natural distinción es sólo una pose que pudiera enmascarar un corazón mezquino y duro; ruin y diabólico, o si de verdad, esta superioridad pudiera apuntar a la esencia de un alma bondadosa que, a fuerza de hacer uso de la virtud, ha sabido permanecer en estas aguas fecales y brillar por sí mismo como una flor de loto. Si se tratase del primer caso, entonces, ampáreme Dios y manténgame lejos de este ser maligno. Que ya tengo yo experiencia harta de quien, en una primera instancia, muestran los encantos de un alma pura y, a la postre y sin previo aviso, se despojan de esa piel engañosa y muestran su verdadero ser emponzoñado. Y ahora, entonces, vengo a darle gracias a Él por haberme enviado las duras pruebas del pasado para que, en el presente y conociendo el percal, yo me guarde de estar confiada con este tipo de hechiceros y bribones. He de estar vigilante, precavida y en estado de gracia y de oración. Para que mi alma se una a Él y no entregue el aroma de sus rosas a quien no sabe recibirlo. Para que las determinaciones de mi espíritu sean sólo buenas y llenas de sabiduría. Con el único deseo de que mi espíritu se llene del Amor místico de Nuestro Dios, de su poder y de su conocimiento.
Gracias, abuela, por todo".
Párrafo extraído del Capítulo Cuarto "Carta del 26 de Mayo" de la Cuarta Parte "Cartas a la Abuela".
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