..."En la mente del duende había imágenes sueltas; la manga de Regina y los pelillos de sus brazos; sus pulseras de oro bailando en la muñeca; su dedo con la uña rectangular que la apuntaba; la campanilla, que había visto al fondo de la garganta; y aquellos ojos que la habían acusado altivos. Había sentido una abrumadora y honda emoción de vergüenza. El resto había callado; había mirado; y, finalmente, se había reído. Allí había sucedido Todo y Nada. Y no sucedió Nada porque nadie se levantó y dijo que aquello no se podía tolerar. Y pasó Todo porque ella, de algún modo, estaba desapareciendo. De los brazos de Victoria estaban arrebatando a La Tomboy. Habían asestado un puñetazo por la espalda a la Mujer Salvaje. Raptaron a la Diosa y la amordazaron. Y, de Victoria, quedó un pequeño duendecillo asustado. Y, entonces, llegó El Miedo. Un Miedo al que no se sabía enfrentar. Un Miedo que, hasta el abuelo, luchando en la guerra, había desconocido. Empezó a tener miedo de bajar en bicicleta por los caminos de la vega; de parar en la fuente de la presa y de continuar con aquella tierna inconsciencia; la de Los Primeros Tiempos, carretera abajo hacia San Román.
Los maizales, la bruma de la mañana y la canícula del Duero preguntaban por ella. También las llamas del río de las primeras horas soleadas y las hojas platinas de los álamos; las ranas del carrizal en la última hora del día; la pradera verde del regadío; la duna en lo alto; el monte de encinas; las alamedas… se lamentaban.
Y... El Dios de las Praderas Verdes lloraba su ausencia."
Párrafo extraído del Capítulo 15 "El Rapto de la Tomboy" de la Primera Parte "El Dios de las Praderas Verdes".
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