...“Respeto No; Miedo Sí.
Le venía muy grande al duende todo aquello. Se quedó mudo.
Ajeno a lo que sucedía arriba, en el puente, un cormorán se posó en un islote de arena detrás de las compuertas y extendió las alas para secarlas.
El río estaba en silencio. Parecía asustado, bajo los carrizos. Agazapado como un conejillo ante los pasos de un cazador. Temeroso, una vez más, de sentir el odio humano. Tantas veces le habían hecho ver lo que no había querido… a la fuerza le habían mostrado el teatral espectáculo de aquella absurda raza humana, que alborotaba sus aguas tranquilas.
Algunas hojas, ya amarillas, rodaron por el rugoso asfalto y, llevadas por el viento, sonaron como papel pinocho. Se oyó, a lo lejos, pasar un tren. Y luego, dos camiones muy grandes atravesaron el puente y una mariposa oscura que, revoloteando, les seguía.
Dos milanos cruzaron el cielo azul y algunas nubes alargadas fueron apareciendo para señalar que el viento continuaría los próximos días.
Victoria condujo despacio por la carretera hacia el pueblo. Miró hacia el río y los carrizales espesos y verdes donde miles de ranas croaban al anochecer.
Donde dormía el Dios de las Praderas Verdes.
El Dios de las Praderas Verdes desapareció en aquel momento…
… y tardaría muchos años en volver”.
Párrafo extraído del Capítulo 34 “El Final” de la Primera Parte “El Dios de las Praderas Verdes”.
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