..."Los ojos de Mauro se dispararon ilusionados más allá de la presencia física, de los objetos cercanos y de la propia Victoria. En el horizonte vislumbraban una luz inusual, un rayo dorado y llamativamente conmovedor que renovaba la existencia de aquel momento. El inicio de un segundo. Un instante que emergía diferente. Envuelto en aromas nuevos. En perfumes desconocidos.
Su mirada celeste se posó sobre la de Victoria. Como dos focos de luz que se encuentran en la noche. Ella se dio cuenta de que, maravillosamente, lo tenía cercano. Aquella intocable ilusión. Una utopía a una caricia de distancia. Le habría besado el hoyuelo de la barbilla. Sus labios fruncidos de bebé. Habría posado sus labios sobre los de él.
- No entiendo a la gente que os queréis complicar tanto en esta vida. Es mejor dejarse llevar por los acontecimientos. Las cosas, los resultados ya irán llegando.
De no haber sido Mauro el que planteara estas cuestiones, ni siquiera habría accedido a mantener una conversación que consideraba una pérdida de tiempo.
- ¿Cómo puedes decir eso? Es obligación de cada uno ir detrás, perseguir sus sueños. Para mí, en mi caso, es tal la determinación, la llamada interior la que me empuja que, de no hacerlo, no sobreviviría físicamente.
- Pero no tienes que forzar las cosas de esa forma.
Hablaban de diferentes cuestiones. Y trataban de encontrar el modo de desentrañar el significado de sus afirmaciones. Sin embargo, Victoria sabía el riesgo al que se estaba exponiendo. Sabía que iba a tratar de hacer entender el Problema al mismo Problema. Porque Mauro formaba parte del Problema. El Problema Castellano.
- Calculo que me quedan siete meses para irme de este banco. En teoría me debería resbalar la actitud de Arturo y del resto de los gestores. Me preocupa, sin embargo, que me despidan antes del tiempo que yo tengo planeado.
Mauro echaba la cabeza hacia atrás, con un gesto que indicaba incoherencia. Abrió las palmas de las manos.
- No entiendo porqué trabajas en un lugar del que te vas a ir. Así no vas a hacer carrera en ninguna empresa.
- Precisamente. Ahí está el escollo; el quid de la cuestión. Que yo no pertenezco a este mundo. Ni a esta sociedad, ni a este sistema de valores. Físicamente he nacido, he crecido aquí, pero mi talento, mis habilidades y mi percepción de la vida, del Universo, del mundo, de la existencia es rechazada en este lugar.
Por primera vez Mauro se quedó en silencio. Un silencio que se podía prolongar. Sin recursos. Miró hacia abajo y juntó sus manos.
- Hija. Si dices eso. No sé qué te puedo decir.
Paseó la mirada alrededor de Victoria. La escrutaba y pensaba.
- El mundo no se puede cambiar.
- No te he dicho que yo quiera cambiar el mundo. No soy una idealista sin sueños concretos. Ni sin recursos personales. Mis objetivos y metas están planificados.
- Cuando eres más joven, quizá, lo puedas pensar.
- Eso para ti. Para vosotros. Para los que no nacéis con una determinación tan grande como los que nacemos con ella. Para los que aún siendo jóvenes cronológicamente sois viejos de antemano. Tú te has dejado vencer fácilmente por la vida. Porque no has sentido una necesidad tan intensa como yo. Porque no has visto las cosas tan claras como las he visto yo.
- Cumple tus etapas. Poco a poco. Pero mientras tanto, disfruta. Acepta la realidad tal y como es. No te des golpes contra ella. Porque, en ese caso, eres tú la que va a perder.
Mauro miró a Victoria con ternura.
- No me doy de frente contra la realidad. Tengo miedo. Tengo miedo cada día que pasa de recibir una carta de despido. No se puede vivir con esta incertidumbre. No encontraría otro trabajo así. Tendría que esperar tiempo. Encontraría otro de menor cualificación y remuneración. Y, todo ello, me consumiría la paciencia y ralentizaría el proceso de irme.
- ¡Pon tu mente a trabajar en positivo! Y aquí no me puedes pillar. Aquí te gano yo por viejo, por experiencia. Si ordenas a tu cerebro en positivo, responderá en positivo.
Victoria esbozó una sonrisa. La mente en positivo de Mauro la había contagiado.
- Es lo que, a mis gestores, les repito cada mañana en la oficina.
- Mi meta es volver a Nueva York.
Dijo Victoria con una sonrisa. Con la confesión ilusionada de un adolescente o de un niño.
- He estado allí. Quiero volver. Allí hay otros sueños. Otras posibilidades. Allí los sueños llegan a convertirse en realidad. Nueva York es la ciudad de los ganadores. De los luchadores. Los fighters. De los que llegamos, como llegaron los primeros americanos, sin nada en el bolsillo, dispuestos a triunfar. Yo he estado allí. Yo sé lo que es eso. Yo he probado esa dulce miel.
Mauro se quedó sin capacidad de respuesta. No sabía si lo que decía Victoria era cierto o estaba bromeando. Pero, no era lo que habitualmente escuchaba.
- ¿Y te vas a ir allí?, ¿y vas a dejar esto?, ¿Vas a dejar tu familia?, ¿tus raíces?, ¿te vas a desentender de tu cultura?, ¿y no vas a volver aquí? Eso son sólo fantasías tuyas. Tus padres deben estar temblando.
Sin embargo y después de decir esto, presintió que todo su mundo empezaba a resquebrajarse. En el fondo, empezó a recordar aquella sensación que le había punzado hacía muchos años. Su propio deseo de cambiar el mundo. De hacerlo más humano. Sin embargo, lo que era el nombre, la teoría, la discusión había desaparecido de su vida hacía mucho tiempo y ahora aquella niñina vulnerable y frágil se lo venía a recordar. Se despertaba del letargo con el sonido de una campanilla mágica. Con la varita de un hada madrina que, de repente, llenaba el aire de destellos. Una hechicera y un hechizo inesperados. En el fondo él había sido así. Se había debatido con aquello. Y, con el tiempo y la ausencia de otras voces diferentes, se fue acostumbrando aquella normalidad mortecina.
● ● ●
Estaba aturdido. Por aquel día ya había sido suficiente. El día había sido inmensamente largo y lleno de sorpresas. Salieron del lugar y caminaron por la calle. Había un halo de tristeza en la caminata. Una gran falla que los separaba de antemano. Él y ella. Dos Almas Gemelas y deseos encontrados. Era el engranaje de la Historia y sus componendas sociales y arbitrarias, que se deshilachaban. Dos Almas que se reunían como dos fetos. Que regresaban al útero venidos de no sé sabía dónde.
Se miraron bajo la fina lluvia y se despidieron. Encontrados y desencontrados. Aturdidos.
Hasta el día siguiente".
Párrafo extraído del Capítulo 12 "Almas Gemelas" de la Cuarta Parte "Cartas a la abuela".
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