..."Manhattan extendía una alfombra de oro para aquellos que llegaban a su encuentro. Para los buscadores de la Diosa Fortuna. Para los que llamaban a las puertas de la Suerte. Y estaba alegre, como siempre. Bulliciosa, aquella mañana, bajo el sol y sobre la nieve. Radiante y espléndida. Sonreía con sus aceras amplias y sus edificios bajos londinenses y sus cornisas neoclásicas de piedra blanca. Con sus porteros engalanados y sus ventanas de bastidores y sus edificios renacentistas y masivos al estilo de la escuela parisina. Sus zócalos almohadillados y sus robustas columnas corintias. Sus castillos fortaleza de Park Avenue, con ojivas, almenas y pináculos. Con sus templos judíos y sus iglesias católicas de arquitectura protestante. Con sus restaurantes apiñados y el olor a chile y a tomate fresco, a chocolate caliente y a jugosas magdalenas de arándanos; a salchichas; a pollo y patatas fritas; y a crema de cacahuetes.
Lucía sus mendigos y sus grafitis. Sus galerías de arte y sus estudios de cine. Sus lounges privados y sus salones de belleza. Sus tiendas de periódicos y de cerveza y soda fría. Sus lavanderías, sus delis con zumo de naranja fresco recién exprimido y sus cafés abiertos de seis a seis de la mañana, donde dan pan reciente de cebolla y pimienta negra, y bocadillos de berenjena y queso de cabra.
Manhattan le guiñó un ojo con su comida rápida y lenta para llevar y la sedujo con su aroma a rosas amarillas de ribetes anaranjados y tartas de coco y zanahoria sobre bandejas de plata y manteles de cuadros rojos y blancos.
Olía a comida india y a bisutería barata. A café italiano. A fiesta privada y a trombones de jazz. A sombreros verdes y chaquetas plateadas. Al esmalte de uñas de salones japoneses y a las letras de neón verdes, rosas y azules. A limusina. A bandera americana. A los puestos de perrito caliente y al papel de los periódicos gratis. A las flechas de los semáforos que indican una única dirección. Y a los diez millones de seres que, como notas musicales, componían su melodía. Un rumor sereno y apacible conjugado por acordes disonantes, estropeados, locos y dispares.
Serían las tres de la tarde cuando regresó a la residencia. Entonces, abrió la puerta de la inmensa capilla de luz blanca como el Cielo y se arrodilló.
Y, allí, dio gracias al Señor.
Dios volvía a existir".
Párrafo extraído del Capítulo Primero "Nueva York, en Casa" de la Parte Tercera "Nueva York".
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