..."Fue en ese mismo instante. Una pequeñísima porción de tiempo.
Y el mundo cambió"
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"Ni siquiera duró un segundo.
Quizá una fracción más pequeña. Que conmovió el mundo de Regina. Invirtiendo la realidad.
Un golpe bajo le fustigó el estómago y un ácido ascendió por la garganta. Sus grandes ojos escrutaron extrañados. Y, entonces, cuando comprobaron La Realidad, enmudecieron. Un corazón alarmado acababa de tener una visión fantasmal porque, ante ella, se presentaba una Nueva Victoria. Una Victoria Transfigurada. Una Desconocida. Una Intrusa.
La Intrusa.
Su Intrusa.
Y, de repente, se sintió aminorada. Un nudo en la garganta le impidió el paso salivar. Si hubiera pretendido comer algo en ese instante, no habría podido. Una avinagrada angustia se enroscó por sus entrañas como los tentáculos de un pulpo. Algo importante en su vida estaba empezando a suceder. Quizá, el inicio de una pérdida. Un irrefrenable miedo, de súbito, la secuestró. Un dolor anticipado como un pellizco en una parte susceptible del cuerpo. Se sintió anonadada. Envilecida. Se había dado cuenta de que Victoria se había convertido en Otra Persona. De que había cambiado. Que su cuerpo se había transformado y su rostro irradiaba. El mundo había mutado. El equilibrio se había perdido. Y, viéndose abatida y fascinada, algo se rebeló en su interior. Y, su corazón dijo categóricamente “no”.
Aquella noche, el rostro de Victoria se la representaría en la mitad de sus sueños. La realidad había dado marcha atrás de una forma monstruosa, pues lo idéntico se había convertido en diferente. Y había irrumpido con estrépito, de forma imprevista. Como un tsunami en la luna de miel de dos enamorados. Como un hijo que se va para siempre. Un susto de muerte. Una sorpresa vital difícil de asimilar. La aparición de oscuros nubarrones en el placentero momento de un óptimo climático.
- Sí.
Dijo.
- Te queda bien.
Nunca Victoria, en aquel momento, hubiese podido imaginar que su vida cambiaría para siempre. E, ignorante del dolor y de la herida que había producido en Regina, continuó caminando, meneando su cabellera estirada a favor del viento.
Victoria. La Despistada.
A partir de aquel momento Regina comenzó su Gran Actuación. Una Parodia de lo que ella, más tarde, consideró debería ser Justicia. Doblegar una realidad que había sido con ella básicamente inmoral. Intrínsecamente injusta.
Hasta entonces, Regina sólo había probado la dulce miel del éxito. Había experimentado un inacabable rosario de conquistas. Y todo aquello había infundido una gran confianza en sí misma. Que la hacía verse como infalible. Superior. Una predestinada. La Elegida. Una enardecida fe, casi delirante, la amparaba. Una desmesurada creencia en sí misma. Que la había ofuscado. Había triunfado continuamente y había acabado forzosamente creyendo que así sería para la eternidad. Se había vuelto pretenciosa e imprudente. Nunca había permitido que hubiera habido alguien por encima de ella. Se había convencido, de alguna forma, de que era la Señalada por una Mano Superior y Virtuosa. Y menos, pudo imaginar que Victoria, su comodín, su lacayo, fuese a ser quien la robara su trono y, triunfante, se sentara sobre él. Un paje que se había rebelado. Ahora un enemigo. Victoria, La Bienaventurada. Que aparecía como una admirada emperatriz. Y, en un preciso instante, advirtió que se había equivocado. Que Victoria ahora contaba con más recursos de los que ella nunca habría podido imaginar. Y allí estaba ella. Resentida. Devastada. Imaginando cómo chicos y hombres admirarían su belleza. Estaba iracunda e irritada. Se sentía mermada. Insuficiente. Truncada. Enrabietada. La plétora de Victoria había creado en ella una oquedad:
La Envidia.
La vio emerger, como una efigie de cánones clásicos, soberbia, desde el fondo de un lago encantado. Y de ese modo, Regina, empezó a caer en la cuenta de todas aquellas virtudes que, hasta aquel momento, había soslayado: su optimismo, su vitalidad; su excepcional capacidad de trabajo y su perseverancia. Aquella risa. Aquella alegría de vivir y de gozar de la vida. Aquella Extremada Sensibilidad. Para la Música. Para la Literatura. Para la creación. Pura fuerza. Incontestable energía. Y todo eso, en aquel momento, le señalaba sus propias carencias. Victoria se la representó con las botas de goma, salpicadas las piernas de barro, cogida la pala de la mano, luchando contra el agua que se desbordaba. La vio en su memoria pedaleando en su bicicleta camino de la playa y, en ese momento, se dio cuenta de que lo hacía sin compañía. De que bajaba hasta la playa sola. Y…de que no tenía miedo. Ella habría sido incapaz. La imagen de Victoria, preparando las carrozas de Castronuño, llegó certera a la mente de Regina. Que las elaboraba repletas de imaginación. Que utilizaba cartones, cubos redondos de detergentes, cajas, papeles, periódicos y cinta aislante. Que primero confeccionaba los armazones y que, después, con pinturas y papeles de colores, los convertía en fabulosos castillos y altas montañas de nevados picos. Casitas de liliputienses y árboles escarchados. Victoria encarnaba La Fantasía, el Sentido Práctico de La Utopía. La Ilusión. Todo aquello de lo que Regina carecía. Si algo representaba Victoria para Regina era sólo el espejo en el que ella misma se reflejaba. En el que no se encontraba.
Y, a partir de aquel momento…
…empezó a fantasear con hacerle daño.
Con… destruirla.
Fue cuando vio que había que renombrar el estado de las cosas de manera tal que aquella comparación no fuera fastidiosa y se restableciese la situación previa. Los tiempos en que ella era La Reina. La aniquilaría. Demolería el merecimiento de su transformación. Le arrebataría su virtud. Emprendería una cruzada y buscaría aliados. Haría añicos el encantamiento que la tenía sujeta a ella y al resto. Y se apoderaría de su belleza y de su inteligencia. Se las arrebataría. Pero no para adquirirlas. Sólo para destrozarlas. Se trataba de un acto autónomo de depredación. Un acto que consistía en apropiarse de la vida y de su sustancia.
Era…
…la Punzada de la Envidia.
Y su plan devastador, que empezaría sin tregua".
Párrafo extraído del Capítulo Quinto "La Punzada de la Envidia" de la Primera Parte "El Dios de las Praderas Verdes"
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