"Yo me crié en el paraje que en Castronuño llaman “Las Alamedas”, cerca del recodo que el río dibuja cuando, acompañado de negrillos y chopos, camina por Castronuño hacia Toro.
Fui creciendo con los árboles frutales que mi padre plantó con nosotros cuando éramos niños. Mi corazón pertenece allí, mi cuerpo, cuando yo muera, querré que se funda con el suelo, donde cae la sombra de los cerezos, al lado del manantial.
Allí está toda mi poesía, mi pureza, mi inocencia...
Mi padre nos educó a mi hermano y a mí desde su honradez. Nos instruyó en los valores humanos. Nos enseñó lo que él había aprendido de mi abuela. Nunca mencionó las crueldades de los hombres. No debió hacernos tan cándidos. Él ha vivido la obediencia a las normas de mi abuela, el amor, el trabajo, el perdón... y nos transmitió lo mismo. Él ha sufrido en silencio...
Lo primero que aprendí de él fue el empeño y la ilusión en su trabajo, el entusiasmo por las cosas pequeñas... él nos enseñó a amar el valor de la flor en primavera y los frutos en verano... La Naturaleza fue el ingrediente más importante en la educación de mi hermano y mía. La comparación entre la semilla, la plantación, la poda de los manzanos... y nuestra formación.
Siempre pensé que la vida estaba entre las hojas de las obras literarias, los amaneceres y las puestas de sol. Yo sabía que no había mayor grandeza que contemplar el río desde la ermita en Castronuño..."
18 de Noviembre de 1.998, Nueva York
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